
Michael Sorkin falleció el pasado 26 de marzo a causa del Covid-19, en un momento en que sus ideas son más relevantes que nunca. Sorkin creía que la arquitectura, además de un modo de expresión artística, es una herramienta para el cambio social, que podría ayudarnos a alcanzar la igualdad, la justicia social, y a cambiar las formas de vida de la sociedad occidental.
Graduado por la Universidad de Chicago y máster en Arquitectura del MIT a principios de los setenta, tenía la sede de su estudio en Nueva York desde el que trabajaba especialmente en planificación, diseño urbano y urbanismo verde. Fue crítico de arquitectura en The Village Voice en la década de 1980 y autor de numerosos artículos y libros sobre arquitectura contemporánea, la ciudad y la relación entre democracia y arquitectura.

Se posicionaba en contra de la arquitectura de rascacielos, símbolo del capitalismo más agresivo; sus proyectos se basaban en la sostenibilidad, la ecología y la participación de los ciudadanos, en definitiva, en la construcción de un hábitat saludable para los habitantes de sus arquitecturas. Para él estos conceptos eran tanto o más importantes que el aspecto estético de sus edificios que siempre concebía integrados en la trama urbana y no de forma aislada.

La crisis sanitaria global nos está obligando ya a replantearnos los espacios públicos y privados en términos de salubridad y sostenibilidad, poniendo especial atención a la calidad del aire y a la relación de cada edificio con su entorno. Entendemos que los conceptos en los que Sorkin trabajó durante toda su vida nunca habían sido tan relevantes como en este momento y esperamos que su legado, hoy por hoy, “visionario” nos sirva de ejemplo para este período de profunda transformación que nos ha tocado vivir.
