En marzo de 2015 llevamos a cabo un proyecto comisarial con el título «Intimidad y memoria objetual. Lo que la ciudad esconde». En él se plasmaba, a través de una exposición, el resultado de un proyecto de investigación en el que, tomando como punto de partida un edificio abandonado, reflexionamos acerca de la naturaleza de la ruina en la sociedad contemporánea y de los objetos olvidados como portadores de la memoria. Los temas que tratamos en aquel proyecto. Cinco años después, otro Marzo nos ha llevado a escondernos en casa. No dejamos de reflexionar sobre ello.
¿Cómo se construye la intimidad en la vivienda…?, y ¿qué ocurre con esa intimidad cuando deja de estar habitada por personas? La vivienda se convierte entonces en un contenedor de objetos, sus verdaderos habitantes, que establecen relaciones con el tiempo como cicatriz generadora de belleza plástica y deconstructora de memoria.
Construimos sobre el territorio y lo modelamos, arrebatándole el medio a la naturaleza, saliendo de la cueva. Desarrollamos habilidades técnicas, tecnologías y sistemas relacionados con nuestra ubicación y sus afecciones externas (clima, lugar, orientación, demografía). Edificamos para habitar el vacío y llenarlo con nuestra intimidad.
Cuando el vacío edificado es «desalojado» se libera de la presencia de los sujetos que lo habitaban con su necesidad intrínseca de luchar de forma permanente contra “lo natural». En el momento en que el hombre deshabita, la naturaleza reclama lo que es suyo de forma lenta pero determinante, y es entonces cuando el tiempo cambia su ritmo. Esta alteración se percibe al descubrir los espacios «abandonados» que nos desconciertan y conmueven con señales de su pasado habitado y de su memoria que va siendo colonizada por el medio. Las estancias se transforman en una especie de oasis/refugio indiferente a los infinitos estímulos del exterior, el espacio se convierte en seducción y poesía, y la decadencia se transforma en belleza plástica y emocional.
En un primer acercamiento nos interesamos por la ruina como elemento crítico frente a la sociedad, al evidenciar la capacidad de destrucción del ser humano, y como memento de la vanidad y del fracaso de éste frente a la naturaleza y el tiempo.Cada vez más lejos del concepto romántico de vestigio y reliquia del siglo XIX, la ruina contemporánea es a menudo la víctima de un capitalismo salvaje que acumula excedentes, atesora especulación y que ha ido transformando el entorno sin escrúpulos, fomentando el desarraigo y la disolución de la memoria colectiva
En un segundo nivel nos fijamos en la memoria de la edificación como contenedor de la memoria de los objetos. El propósito de este proyecto no es utilizar al objeto como transmisor de información procedente del sujeto, sino que vemos al objeto como poseedor de una vida propia. Al portar la energía de su existencia anterior, nos cuenta su historia a través de las huellas que el tiempo vivido ha dejado en él. El observador/testigo reconstruye la memoria del objeto, deteriorada por el desuso, rellenando los vacíos mediante su propia imaginación e intuición.
Hacemos una reflexión abierta sobre la trascendencia del objeto en relación con el sujeto que lo “usa” mientras le sirve de “utilidad”, y su significación intrínseca como seña de identidad. Los objetos nos hablan y nos seducen, se nos muestran bellos vestidos de polvo y contextualizados entre la podredumbre, las telarañas, los xilófagos y el guano… si sabemos escucharlos nos dirán lo que quieren ser.